lunes, enero 09, 2017

(Re)LEYENDO EL QUIJOTE (que yo ya me lo había leído, ¿eh?)/1

Sin lugar a dudas para mí, y digámoslo claramente, el Quijote es un coñazo. Muchas veces la acción narrada resulta extremadamente alejada del núcleo central de la novela, como por ejemplo en las aburridísimas historias del Curioso impertinente o del Cautivo que están puestas en la primera parte con la intención parece de rellenar. Otras veces, los diálogos se hacen eternos dando pie más a un discurso que a una auténtica conversación entre personajes de novela. Así, podríamos decir que el Quijote es un libro no demasiado grato de leer, al menos en su mayor parte. Pero, sin embargo, el Quijote es un libro imprescindible. Y en esa lucha entre lo aburrido y lo imprescindible es donde se va a mover nuestra reflexión sobre por qué debemos leer el Quijote. Porque leer el Quijote, al menos una vez, es una necesidad.

Para contestar a la pregunta de por qué debemos leer el Quijote tendremos que asumir varios frentes. No pretendemos hacer aquí, lógicamente ya que no sabríamos, un análisis erudito y completo de la obra de Cervantes, sino que intentaremos explicar por qué, aún a pesar de que nos aburramos haciéndolo, debemos sin embargo leer la novela completa y después de haber pensado en más  de una ocasión dejarla, curiosamente, admirarnos ante su grandeza.

La primera razón por la que debemos leer el Quijote es una razón cultural. No debemos entender la erudición como una muestra pedante de conocimientos sino como la formación necesaria en una base de contenido cultural que nos permita comprender los hechos históricos acaecidos y también nuestro presente. El Quijote ha sido un libro fundamental en la historia de Occidente y no solo en lo que sería la estética literaria sino en la formación de un prototipo de sujeto que está detrás de toda la obra. Por ello, leer el Quijote se convierte en una necesidad cultural para quién desee comprender no sólo el momento histórico de la Modernidad entre los siglos XVI y XVIII, sino también el momento presente como luego aclararemos.

Además, la erudición es un factor fundamental no sólo ya para la elaboración de los juicios intelectuales, que también se miden necesariamente por su contenido, sino también en la formación de la propia personalidad. Ser culto es mejor que ser ignorante a nivel personal. Y leer el Quijote forma parte de ese ideal de sujeto culto, como leer La Odisea o la Divina Comedia. Hora es ya de decir que una educación democrática, por cierto, debe tener contenido cultural que aprender. Y, ya de paso, que la memoria es fundamental.

Así, la primera razón para leer el Quijote es la necesidad de preservar, no en el museo sino en la vida cotidiana, la presencia de las obras culturales que han llevado al ideal de sujeto en Occidente y que de no ser capaces de mantenerlas en nuestra memoria real, y no solo en el Google, se convertirán en una pieza de colección a las que poco a poco irá cubriendo el polvo del olvido. Leemos el Quijote para actualizar aquello que nos ha formado. Y para ir más allá.

Y efectivamente, sobre esto, debemos hacer aquí una digresión –nota: ¡qué bien hablo!-. Para entender el valor cultural del Quijote hay que remitirse a su diferencia con aquello que había sido la cultura establecida hasta su época. Cuando hablamos de cultura establecida, de cosmovisión, no nos referimos por supuesto a que cada uno de los individuos tuviera que tener esa idea, cosa absurda, sino a la imagen ideal que la sociedad del momento tenía de sí misma. Y cuando hablamos de sociedad hablamos en realidad de la ideología dominante.

Efectivamente, el Quijote implica un corte fundamental, que comparte con la obra de su coetáneo Shakespeare como analizaremos en breve, en el ideal del sujeto. Para intentar explicar lo que queremos decir vamos a comparar brevemente el Quijote con dos obras fundamentales de momentos históricos anteriores. Estas dos obras fundamentales van a ser por un lado la Odisea de Homero, obra fundamental de la Antigüedad Clásica, y por otro lado la Divina Comedia de Dante, obra fundamental de la Edad Media.

Vamos a hablar de tres protagonistas distintos. El primero es Ulises, el protagonista de la Odisea. El segundo es el propio Dante, protagonista de la Divina Comedia. Y el tercero es Don Quijote, protagonista de la obra de Cervantes.

En la Odisea Ulises busca volver a su hogar. Esto implica que existe un hogar frente a un mundo exterior agresor, que es el que recibe a Ulises en su periplo. Así la obra de Homero es la historia de una civilización que considera que está construyendo un mundo propio frente a lo extraño y que tiene por lo tanto un hogar común que es su propia cultura. Ulises, así, es un sujeto capaz de volver a un lugar donde se siente a gusto y cómodo. El hogar de Ulises es el mundo como debe ser. El ideal es Ítaca frente al mundo exterior agresivo. Y hay que volver a Ítaca.

Del mismo modo que Ulises identifica el mundo tal y como debería ser con su hogar, Dante identifica el mundo tal y como debería ser con el Paraíso. Aquí, sin embargo, ya hay un salto importante en referencia al propio Ulises. Para Dante, el Paraíso pertenece una escatología, es decir, algo que va a ocurrir en el futuro y por lo tanto el mundo terrenal no se puede catalogar como mundo como debería ser: algo le falta. Sin embargo, esta promesa de paraíso se va a realizar independientemente a la voluntad del propio Dante, o de cualquier sujeto humano, pues pertenece a una heteronomía que es la del dios creador. Dios ha creado un mundo como debe ser, el Paraíso, y el ser humano debe luchar para llegar a él. Y para conseguirlo debe obedecer a ese mismo dios. Y obedeciendo a Dios, y no de otra manera,  en ese paraíso Dante podrá juntarse con Beatriz, su Dulcinea del Toboso, de forma real y auténtica. De esta manera, la Divina Comedia presenta una cosmovisión en la cual si bien es cierto que el mundo tal y como debería ser se pospone a una realidad futura, presentando por ello que el mundo actual no es ideal, sin embargo se sigue manteniendo la idea de que esta unión entre la vida cotidiana y la felicidad se dará a través de un ente trascendente que es Dios. Podemos concluir, por tanto, diciendo que la Divina Comedia presenta un mensaje tan consolador como la propia epopeya griega y que consiste en advertirnos de que al final el mundo como realidad, el ser, y el mundo como ideal, el deber ser, se unirán necesariamente.

Así pues, tanto Ulises como Dante, en cuanto a sujetos de su propia obra, viven en un mundo donde es posible unificar la realidad con el ideal que debería ser, o diciéndolo en frase célebre: identificar el ser actual con el deber ser. Y es aquí donde el Quijote juega un papel fundamental en la historia cultural de Occidente, justo es reconocerlo que junto con su coetáneo que es la obra de Shakespeare.

Efectivamente, Don Quijote se diferencia absolutamente y de forma radical tanto de Ulises como de Dante. De Ulises, a pesar de imitar el modelo del viaje donde surgen aventuras, que será un clásico en toda la literatura occidental, se diferencian en que Don Quijote no tiene hogar.  Efectivamente, el caballero de la Mancha, de un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme,  aunque sale de su casa sin embargo nunca desea regresar a ella sino siempre partir. Y esta diferencia es fundamental con el guerrero griego. Lo que Ulises desea es regresar a su hogar porque es el mundo donde todo es cómo debe ser. Sin embargo, D. Quijote desea precisamente abandonar su casa porque es el lugar donde no se le permite ser caballero y por lo tanto construir el mundo como debe ser. Así del Quijote, carece de hogar y esa es una de las claves fundamentales que construirán al sujeto moderno. El personaje cervantino no puede identificarse con su propia realidad que, en realidad, desprecia. No quiere ser hidalgo manchego sino caballero universal.

Y también a diferencia de Dante, Don Quijote carece de paraíso. Ya hemos señalado que esta obra implica un paso adelante en relación a Ulises. Mientras que el paraíso de Ulises es un lugar concreto ya construido, el paraíso de Dante se encuentra más allá de su propia contemporaneidad. Sin embargo, D. Quijote va incluso más allá de Dante al situar su paraíso en un lugar imposible de alcanzar incluso en la trascendencia, si es que acaso existiera. Mientras que Dante sitúa su final de la historia en la superstición religiosa, Don Quijote la sitúa en una ficción novelesca, demostrando así lo absurdo de la idea de un paraíso dado. Don Quijote carece absolutamente de Paraíso y por ello, a su vez, su Dulcinea del Toboso nunca se transforma, ni se transformará, en un ángel sino que siempre será una campesina grosera. De esta forma, el caballero don Quijote no puede buscar un camino hacia el paraíso, en palabras bíblicas de rockero: una escalera al cielo, sino que debe conformar su vida como el lugar en el que la tarea le lleve hacia el fin definitivo de la felicidad. D. Quijote debe convertir su mundo en un mundo de caballerías: debe desfacer entuertos.

Así, D. Quijote ya se ha diferenciado absolutamente de la tradición anterior.
En primer lugar se ha diferenciado de la tradición clásica por negarse a situar el mundo tal y como debería ser en una civilización determinada y en una sociedad concreta, pues la sociedad de Don Quijote debe ser reformada a través de la acción del caballero.
En segundo lugar, Don Quijote también se diferencia del mundo medieval en que su paraíso no es algo trascendente y realizado por un creador con un omnipotente poder, sino que sólo puede ser realizado por él mismo. El caballero don Quijote es el personaje llamado a realizar la justicia de un mundo abandonado por Dios, con toda la burla que ello implica y al tiempo con toda la grandeza. Y aquí volvemos a ver un paralelismo con los personajes de Shakespeare, que están llamados, como textualmente dice Hamlet, a poner orden en el mundo. La modernidad del Quijote está implícita precisamente en ello.

Con todo esto, D. Quijote resulta un hito en relación a su tiempo. Y por ello, en su faceta erudita y cultural, es de obligada lectura. Pero aún nos queda explicar algo más.

Lo sé: leer el Quijote es un coñazo.
Y también lo sé: leer este artículo, y verá el próximo, también.

Pero, reconózcalo, yo soy más salao.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Soy de los que tuvo que hacer “la mili”. La desaparición del Servicio Militar Obligatorio llevado a cabo por el PP de Aznar me pilló un poco mayor. No quise objetar y cumplí con eso que muchos llamaban, entonces, “secuestro legal”. Lo hice como gaitero (no es broma) de la Armada Española.

Pensaba entonces, y lo pienso también ahora, que es bueno el que los ciudadanos se impliquen en la defensa de su país. Aunque la praxis me confirmó que mas que servir a la patria, éramos, la mayor parte del tiempo, mano de obra barata para los mandos directos. Hace poco leía un texto de un comandante del Ejercito Israelí en el que responsabilizaba en gran parte del extraordinario desarrollo científico de ese país, imparable incluso en tiempo de guerra, al contacto que tienen entre si los científicos que están cumpliendo su servicio militar. Pero esta es otra historia.

En mi caso, de lo mejor que recuerdo de ese tiempo, en opinión de muchos perdido, fue que leí “El Don apacible” de Mijail Sholojov y “El Quijote” de Cervantes.

Cuando empecé el Quijote lo hice pensando que lo dejaría aburrido a las pocas páginas. Lo imaginaba un cuento medieval fantástico. Y no fue así. Como Ud. dice es una obra moderna, sin ninguno de los tics medievalista que yo me esperaba. Dios no aparece por ningún lado y si sale algún cura o algún aristócrata es para “darle estopa” incluso al propio Quijote como tal hidalgo. No tiene más fantasía que la producida en la mente de Don Alonso por su enfermedad (los molinos, no son gigantes, son molinos). Por eso me extraña el que Ud relacione “El Quijote” con “La Odisea” o “La Divina Comedia” en los que a la fantasía se le da tratamiento de realidad.

Además también disfruté de que la racionalidad y la inteligencia, Cevantes ,la pusiera en dicho y obra de los mas humildes. También me sorprendió el papel tan actual, independiente y predominante que Cervantes da a la mujer en su obra, contrariamente a lo que yo suponía en esa época. La misma imagen de mujer moderna que después encontré leyendo el “Viaje por España 1679-1680” de la Condesa D'Aunloy.

Debería volver a leerlo otra vez, porque, por desgracia, la memoria no es uno de mis fundamentos. El tiempo libre, tampoco.

Permaneceremos atentos a la pantalla para su siguiente entrega.

Un Oyente de Federico

Anónimo dijo...


Gran artículo, señor Mesa. Por poner un pero, recordarle que la expresión "desfacer entuertos" no aparece tal el cual en la obra. "Enderezar tuertos", si no recuerdo mal, es la que suele crear tal confusión.

Off Topic dijo...

Solo ver el titulo de este articulo y acordarme del Sr Mesa.

Tal vez un alma gemela con mucha vida interior?

Saludos y feliz año.

loli loligo dijo...

Pero por qué?, esa es para mi la intriga...
Fabulosa esta comparación entre las tres obras.
Lo que yo veo es una evolución en el pensamiento humano, simplificando, se pasa de pensar en un infierno externo que nos acecha permanentemente, a un infierno interno del que es prácticamente imposible escapar...
Así en La Odisea el mundo externo por entero es una pesadilla, una prueba tras otra a superar, un sufrimiento del que huir (se constituye como infierno)...(Ud. habla de dónde situar el paraíso, yo lo haré con el infierno).
Sin embargo, en la Divina Comedia ya hemos sido "más avispados" y restringimos en infierno a un determinado lugar, al que se terminará llegando , o no...Pero el resto del espacio, del mundo ya está libre, nos podemos mover por él sin temor...
¿Pero, y que ocurre en el Quijote?...en este caso se vuelve a trasladar el infierno, pero al peor de todos los lugares, al interior de cada uno. Ya no tenemos un espacio seguro como refugio (como en La Odisea) o un lugar que debemos evitar (el infierno de la Divina Comedia)...ahora es peor, intentamos huir del propio infierno a través de las aventuras y desventuras de la propia vida (a diferencia de la Odisea), huimos del lugar estable, el supuesto hogar, que permanentemente nos recuerda las limitaciones propias (nuestro propio infierno) e intentamos lograr la evasión de nuestro yo...
Y en esto es donde vuelvo a mi pregunta inicial...qué lleva a la mente humana a este cambio, a esta evolución en su pensamiento?
Puede parecer lógico atriburlo al avance del conocimiento, del pensamiento, de la razón... pero, yo me planteo si a parte de eso ha habido algún tipo de "evolución biológica mental"...
Me explico, siempre me ha integrado la evolución pictórica, cómo se pasó de apenas saber hacer un " monigote" plano, sin dimensión, a conseguir reprentaciones perfectas.
Si junto con la comparación de sus tres obras establecemos una relación con el tipo de pintura en esos mismos periodos se observa ese cambio radical. De formas absolutamente planas, en las que la representación de personas no mantienen ninguna proporción, que podemos observar tanto en la época de Homero, como en la de Dante (aunque aquí Giotto ya empieza a desmarcarse), llegamos a un nivel de desarrollo pictórico asombroso, con perspectiva y volumen de las figuras impresionante en la época de Cervantes.
Esto siempre me ha dado qué pensar, y de ahí que me plantee una posible evolución de las capacidades mentales más allá de los propios procesos culturales.
Siento el rollo.