domingo, marzo 17, 2013

(esto no acaba, como el deber) DEFENSA DE LA FILOSOFÍA


Foto tomada de Madridiario

Hoy sábado, por la mañana, en la Puerta del Sol (Madrid). Acto en defensa de la Filosofía (que la nueva ley de educación quita). 

Llevaba yo preparado para leer un texto de Boecio. El rumor se había corrido, la gente expectante. Boecio, Boecio, se repetía. Pues quién no lee a Boecio. Tienes un rato libre en casa y te preguntas: ¿qué hago? Y una vocecilla interior te dice: ¡Hombre! -nota: si es usted muy progresista le dice: Hombr@-, lee a Boecio. Y así, una vez conocido cómo quedó el partido del Madrid, uno lee algún pasaje de La consolación de la Filosofía. Y luego, o entre medias, se queda dormido.

Y así, ya preparado para leer (se lee lo negro y te saltas lo blanco, se lee lo negro y te saltas lo blanco..., me repetía), justo antes del instante crucial se agota la batería del micrófono. Así que ya no pude leer. 

Y por ello, y vista la expectación creada, que incluso ha hecho que  hoy en el Bernabéu los ultras hayan cantado ¡que lea, que lea! -les ha costado aprenderse el estribillo pero yo agradezco igual su esfuerzo- copio aquí el texto citado para deleite de los filósofos, del público en general y ejercicio de lectura -hay palabras de más de tres sílabas, cuidado- de los ultras.

Boecio, La consolación de la Filosofía, libro primero, prosa 1ª y 2ª.

En tanto que en silencio me agitaban estos sombríos pensamientos y con aguzado estilo escribía en blandas tablillas mi lamento quejumbroso, parecióme que sobre mi cabeza se erguía la figura de una mujer de sereno y majestuoso rostro, de ojos de fuego, penetrantes como jamás los viera en ser humano, de color sonrosado, llena de vida, de inagotadas energías, a pesar de que sus muchos años podían hacer creer que no pertenecía a nuestra generación (…)

No es ahora tiempo de lamentos —dijo la mujer aparecida—, sino de poner el remedio.

Y fijando en mí sus fúlgidos ojos me dijo: ―¿No eres tú el que, alimentado un tiempo con mi propia leche y educado bajo mis solícitos cuidados, te habías desarrollado hasta adquirir la energía de un hombre? Yo te proporcioné armas que, de haberlas conservado, te hubieran permitido defenderte con invicta firmeza. ¿No me conoces? ¿Por qué ese silencio? ¿Es la vergüenza o es el estupor lo que te hace callar? ¡Ojalá fuese la vergüenza! Pero no, ya veo que te anonada el estupor-.

Y viéndome no sólo callado, sino en verdad mudo y aturdido, acercó dulcemente su mano a mi pecho y dijo: ―No hay peligro; es sólo un letargo lo que sufre, la enfermedad de todos los desengañados. Ha perdido momentáneamente la conciencia; no le será difícil recobrarla, si llega a reconocerme. Para que pueda conseguirlo voy enseguida a limpiar sus ojos, oscurecidos por la nube de cosas terrenales. (…) Así, pues, volví mis ojos para fijarme en ella, y vi que no era otra sino mi antigua nodriza, la que desde mi juventud me había recibido en su casa, la misma Filosofía.

 ―¿Y cómo tú —le dije—, maestra de todas las virtudes, has abandonado las alturas donde moras en el cielo, para venir a esta soledad de mi destierro? ¿Acaso para ser también, como yo, perseguida por acusaciones sin fundamento?

―¿Podría yo —me respondió— dejarte solo a ti que eres mi hijo, sin participar en tus dolores, sin ayudarte a llevar la carga que la envidia por odio de mi nombre ha acumulado sobre tus débiles hombros? No, la Filosofía no podía consentir quedara solo en su camino el inocente; ¿iba yo a temer ser acusada?; ¿iba yo a temblar de espanto, como si hubiera de suceder lo nunca visto? ¿Crees que sea ésta la primera vez que una sociedad depravada pone a prueba la sabiduría? Si acaso desconoces el exilio de Anaxágoras, el envenenamiento de Sócrates, las torturas de Zenón, porque ninguna de estas cosas acaeció en vuestro pueblo, al menos no has podido olvidar a los Canio, los Séneca, los Sorano (…) 
Y  lo que a éstos condujo a la ruina fue el haber sido formados en nuestra doctrina, razón por la cual jamás se mostraron conformes con el gusto e inclinaciones de los malvados. Por ello no tienes que admirarte al ver que en el océano de la vida sintamos las sacudidas de furiosas tempestades, ya que nuestro gran destino es no agradar a los peores. 

Y por cierto, y sin ironía alguna -ah, ¿lo anterior era ironía? ¿Y por qué no había un emoticón? Ah, ¿lo del emoticón era ironía? ¿Y por qué no había un emoticón?- Boecio puede que no sea un gigante pero también nos subimos a sus indispensables hombros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esto vuelve a confirmarme que entrar en su blog es una de las mejores cosas que hago durante el día.

Un Oyente de Federico.