martes, septiembre 18, 2012

ESCUELA Y SEGREGACIÓN/y 2: EL SEXO (pero que nadie se emocione)


En el artículo anterior, analizábamos en líneas generales la segregación en la escuela. Dividíamos está en a priori, cuando la segregación se realizaba de acuerdo a criterios que no tenían que ver con la competencia en el aula –la capacidad que tiene un alumno para resolver los problemas de una materia- sino anteriores a la misma; y a posteriori, cuando se buscaba, una vez analizada la diferencia de competencias, crear grupos por niveles que ayudaran a los alumnos a mejorar sus capacidades en determinadas materias. A su vez, señalábamos nuestro acuerdo con la segunda opción y nuestro rechazo a la primera. Y añadíamos algo que nos parecía fundamental. El rechazo a esta segregación a priori no era ideológico, en el sentido peyorativo de esta palabra, sino pedagógico: segregar por características ajenas a las competencias educativas carecía de sentido. Por tanto, lo que para nosotros primaba no era la idea de igualdad, que en ese mismo artículo explicábamos como fin pero no como medio de la práctica docente, sino la de la eficacia en el proceso educativo para conseguir esa igualdad.

Pero, sería falaz hacer un artículo absolutamente general cuando lo que nos ha llevado al mismo ha sido inicialmente una segregación en concreto: la segregación por sexos. Por tanto ahora la pregunta es: ¿debe existir la segregación por sexo en la escuela? Y por supuesto, vamos a declarar algo de primeras: aquí que nadie espere ñoñerías.

Los partidarios de la segregación por sexos se amparan en un argumento básico para defenderla que es un argumento de tintes biológicos. El argumento esgrime que existe una diferencia de maduración temporal entre los alumnos de sexo femenino y masculino, las alumnas maduran antes, y que además el cerebro femenino y masculino tienen determinadas diferencias que implican mayor facilidad o dificultad ante ciertas materias académicas. Por ejemplo, los niños serían mejores en matemáticas y las niñas serían mejores en lengua. Por esto, concluyen, lo mejor pedagógicamente sería separar a niños y niñas buscando así potenciar sus cualidades y minimizar sus debilidades.

El argumento así parece muy científico pues en ningún momento se observan en él elementos ajenos a problemas pedagógicos. Y es importante responderle desde la misma ciencia que ellos aseguran cumplir. No se trata, por tanto, de enfrentar dos modelos ideológicos, otra vez en el sentido peyorativo de la palabra, sino de demostrar que el modelo de segregación por sexos es una tontería auspiciada por una pésima interpretación, cuando no una manipulación, de la ciencia del desarrollo humano. Se trata, en definitiva, de demostrar que en la defensa de la segregación por sexos no importa realmente el cerebro sino exclusivamente los genitales. Y que eso no es pedagogía sino pura prejuicio.

Empecemos.

En primer lugar, admitimos que existen diferencias básicas entre el cerebro masculino y el femenino. De hecho, consideramos, es una certeza científica que no podemos negar. Así, por ejemplo, las áreas cerebrales dedicadas al razonamiento espacial son más importantes en el cerebro masculino y sin embargo las sociales sobresalen en el femenino: por eso, las mujeres no paran de hablar –nota: obsérvese el comentario machista e incluso patriarcal pero a la par ingenioso-. Pero también lo es otra cosa sobre este tema. Que la diferencia fundamental en los seres humanos entre los cerebros no es por sexo sino individual y basada en la plasticidad del cerebro, la capacidad de este a responder y adaptarse al ambiente interno y externo. Por esta causa, no todos los niños son buenos en matemáticas y no todas las niñas son magníficas en lengua. O dicho de otro modo, el mejor niño en lengua es tan bueno como la mejor niña y la peor niña en matemáticas es tan mala como el peor niño. Por ello, la diferenciación por sexos en las aulas carece de sentido, pues una vez hecha esta habría que hacer otra más por niveles de competencia en cada materia de acuerdo a la individualidad del alumno y en esta división, de hacerla científicamente y por ejemplo de forma anónima sin conocer previamente el sexo del alumnado, cabrían en el mismo espacio niños y niñas. Resulta, como consecuencia, sin duda más sencillo ir directamente a esa división por niveles de competencias sin pararse antes a mirar los genitales de los alumnos –lo que por otra parte, está muy feo-. La falacia, por tanto, de la diferenciación por sexos para mejorar el rendimiento escolar queda desenmascarada por la propia ciencia que dicen defender. Y algo más, todo se puede mejorar, con una buena atención, o empeorar, con una mala.

En segundo lugar, es falsa la identificación entre capacidad intelectual y éxito escolar. La enseñanza académica no mide la capacidad intelectual, de hecho consideramos que esta es imposible de medir. La enseñanza académica solo mide la capacidad del alumno a responder a un currículo –el conjunto de saberes propios de una materia y curso- determinado, pero no si es muy listo o no o muy capaz o no. El alumno puede no ser capaz de aprobar una materia, por supuesto, por una incapacidad intelectual en la misma –las menos veces-, por un problema externo y familiar, por un problema interno relacionado con la salud, por un mal profesor o, directamente, porque no pega un palo al agua. Incluso, caben otros motivos. Es decir, las variables del éxito o del fracaso escolar son múltiples y no pueden resumirse en problemas de madurez, de cerebro, de genitales, o de superdotación -ya sea intelectual o genital-. Por eso, además, resulta tan ridícula la pretensión, especialmente extendida entre los profesores de ciencias curiosamente, de calificar a los alumnos como cortitos o incapaces por la nota que sacan en su materia. Al fin y al cabo, siempre cabe la posibilidad de que el cortito no sea precisamente él.

En tercer lugar, está el problema de la prostitución del lenguaje. Efectivamente, en este asunto prima una palabra: madurez. El argumento es que las niñas maduran antes que los niños. Sin embargo, aquí hay un problema importante. Resulta evidente que la maduración sexual de las niñas es anterior a los niños y, con ella, su maduración biológica: es una tautología. Pero la maduración biológica, poder reproducirse, no implica la maduración del carácter humano: hasta Belén Esteban ha sido madre. Esa, la maduración del carácter, guarda relación con el ideal que se pretenda conseguir a través de la educación y ahí está la clave porque no es natural sino cultural: cada sociedad expresa en su ideal de maduración una forma de ser. Las niñas son, y volvemos a la naturaleza humana y al cerebro, por regla general más hábiles socialmente que los niños y al serlo sus acciones y los resultados de las mismas resultan en la interacción con otros individuos más agradables para aquellos que les rodean, especialmente para aquellos que gobernamos un grupo complejo. Pero, eso no quiere decir nada sobre su madurez o no pues, como ya hemos señalado, la madurez es un concepto que se establece de acuerdo a un ideal determinado. Así, por ejemplo, para nosotros la madurez sería la autonomía crítica hacia uno mismo y hacia la realidad externa. Y en eso no tiene nada que ver un hecho biológico, ser niño o niña, sino cultural: ser de determinada manera –que, por cierto señalamos, igual va contra la propia naturaleza humana-.

La segregación por sexo en la escuela no tiene ningún fundamento pedagógico ni científico. En realidad esconde un principio de selección social para que la clase alta pueda seleccionar la pareja para su prole. Efectivamente, lo que está detrás de esta segregación no es un factor de aprendizaje sino de, como los buenos ganaderos, control de la sexualidad de los jóvenes terneros y terneras –para que luego digan que no uso un lenguaje inclusivo y progresista- y con quién se arrejuntan y copulan. La idea que subyace es mantener alejado al sexo contrario en el tiempo no controlable por la familia, el tiempo de la escuela, y por tanto que la pareja sentimental se escoja de acuerdo a una selección del ambiente social concreto familiar y no escolar. Toda la parafernalia que esconde detrás no es más que una cortina de humo. Y como el humo tiende a subir hacia arriba solo permite ver y seleccionar por el bajo vientre y por si algo cuelga o no.

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