lunes, septiembre 28, 2009

ELOGIO DE LA BUENA EDUCACIÓN

Voy en el metro sentado. Entra una señora a la que le asoma una tripa prominente. Surge el dilema: ¿está gorda o embarazada? La cuestión parece tonta -hay sin duda otros más importantes como: ¿por qué algo en lugar de nada? o ¿ser o no ser?- pero es duro. Si está embarazada y me levanto actúo de forma tal que ayudo al otro; si me levanto y, sin embargo, está gorda, al cederle mi asiento le hago saber que su tripa me ha hecho creer que está embarazada. Y seguramente eso la humille. Quizás todo este problema suene a ridículo. Quizás sea un estúpido síntoma de pensar en el otro. Es, en definitiva, la buena educación.

La buena educación es efectivamente pensar en el otro. La cortesía consiste precisamente en ser capaz de comprender que existe alguien más que uno mismo y que en ese existir no solo está implícita su individualidad sino también la nuestra. Nos preocupamos por él y hacemos algo por él: dejarle pasar, prestarle la chaqueta, levantarnos del asiento,… No es desprenderse de uno mismo, lo cual sería profundamente reaccionario pues el yo es una conquista para la emancipación, sino algo mucho más racional y progresista: es dotar al extraño de un yo de forma independiente a nuestros pensamientos sobre él e incluso a nuestro conocimiento sobre su persona. Quien está bien educado, quien tiene cortesía, se preocupa del bienestar del otro en la situación social concreta en que se hallan dando así pie a su reconocimiento como sujeto.

Pero, ¿no es la cortesía un principio de dominación social? ¿No es la norma de urbanidad una negación de la espontaneidad de las relaciones humanas -ah la espontaneidad tan querida por los animales- y un principio de desigualdad?

Comencemos por la desigualdad. Precisamente la buena educación, la cortesía, es un principio básico de igualdad pues concede al otro un estatus de importancia tal que implica cuidar nuestros propios actos por él y hacia él. La persona cortés considera tan importante al otro que incluso está dispuesto a realizar actos gravosos para él mismo, y a mi edad ya me cuesta levantarme en el metro, y a favor de aquel desconocido independientemente de su categoría social. Y en esa independencia de la categoría social se distingue la urbanidad del protocolo. Las sociedades donde las divisiones sociales establecen rígidos grupos de separación, como las castas indias o la sociedad estamental, presentan esa misma división en la cortesía: no se trata a todos los miembros de la sociedad como iguales sino a través de reglas, un protocolo, que lo que buscan precisamente es distinguir a sus miembros y dejar claras las diferencias. Hay así unas normas para los poderosos, que deben ser tratados mejor y con más respeto, y otra para los socialmente débiles, que pueden ser tratados como casi animales. Esto se vería reflejado, por ejemplo, en el amor cortesano donde las aristócratas son princesas y el resto de las mujeres son chusma o piernas abiertas, algo de esto sabe El Quijote. O en el magnífico discurso en que Patrice Lumumba, luego asesinado, señalaba la diferencia en el uso entre el tú (para los negros) y el usted (para los blancos) en el Congo. Y así, de hecho, la persona bien educada no se descubre en el trato al superior jerárquico social sino, precisamente, cuando se relaciona con individuos que desarrollan en su trabajo una posición de servicio hacia él: en el bar con el camarero, con la dependiente de la tienda o con la persona que, por ejemplo, le limpia la casa. No es el usted y el tú, sino la igualdad en el respeto. Así, lejos de ser como pretendió cierta izquierda un principio de estratificación social la buena educación es lo contrario: es un principio de igualdad. ¿Por qué? Porque la urbanidad auténtica es el trato igual más allá de las diferencias que la división social del trabajo ha generado entre los individuos. Y existe, al tratar así, la idea latente de que el sujeto es más que su condición social concreta.

Pero, ¿no es la cortesía una hipocresía social, una perdida de autenticidad en las relaciones? Sin duda, la autenticidad está excesivamente sobrevalorada. Y la gente tiene una, cuando menos, muy condescendiente imagen de su propia personalidad. Tan condescendiente es esta imagen que cree que su forma de ser sería más agradable para todos, y no solo para aquellos que eligieron ser sus amigos, presentada tal cual que mediada tras las normas de urbanidad puestas para el trato. Y en esta creencia late el egocentrismo adolescente. El sujeto que actúa así, siempre de forma auténtica y que se debe definir socialmente como el pesado o el imbécil, busca imponer su propio yo sin respetar el derecho de los otros a no vislumbrarlo. Porque hay que respetar que a los otros no les interesemos. Es decir, falta al respeto. Efectivamente, la invasión de la esfera privada del otro -que pasa desde el tuteo masivo en cualquier circunstancia social, y esto se ve en el spot televisivo como ejemplo máximo donde todos somos ya colegas, hasta contar a desconocidos todos los aspectos de la vida privada- no es sino faltar al respeto que merece todo el mundo en cuanto preservar una faceta de su intimidad como propia y solo darla a conocer a aquellos a los que se desea. Así, detrás de aquel que habita en la autenticidad está el egocéntrico: su yo se considera tan importante que a todo el mundo debe interesar. Sin contar, precisamente, con el deseo de todo ese mundo tan ajeno.

Hay una historia que suelo contar y que unos atribuyen a Alfonso XIII y otros a algún otro personaje histórico. Se cuenta que en una comida con alcaldes de pueblo, y lo que aquello significaba entonces, de primer plato se puso marisco y al acabar sirvieron a cada uno un cuenco con rodajas de limón para limpiarse los dedos. Y, al parecer, uno de aquellos individuos ni corto mi perezoso cogió el cuenco, lo acercó a los labios y se lo bebió creyendo que era otro plato. Las risas comenzaron a aflorar: tan ridículo. Y aquel anfitrión, para unos Alfonso XIII para otros cualquier otro porque no es de buena educación alardear de lo que se hace bien, cogió su cuenco y también lo bebió obligando así a los que se reían a hacer lo mismo por servilismo. Ese es la buena educación: pensar en el otro.

7 comentarios:

Un Oyente de Federico dijo...

Hace algunos años, en un programa de Pedro Ruiz, estaba entrevistando a Trueba y este tenía ese día la progresía subida y defendía las relaciones sexuales entre hermanos, como la cosa más natural y moderna del mundo.
En unos segundos, este tonto desechaba lo que a la humanidad le había costado miles de años aprender.
Los tabús sociales contra la endogamia o el canibalismo, representan verdades cientificas que protegen a la sociedad de las malformaciones genéticas o la transmisión de epidemias víricas.

Esto ocurre cuando se desconoce el origen y el porqué de las normas, en el caso de Trueba su tontería no tiene más consecuencía que la verguenza ajena que provocó en los televidentes.
Lo malo es cuando el tonto es el que gobierna el país.

El “apoyo mutuo” del que hablaba Kropotkin nos permitió, sobrevivir y evolucionar como especie. pero el progreso nos lo dieron las normas que las sociedades nos fuimos inventado. Estas ahora las vemos transformadas en normas religiosas, morales o leyes. Quien mejores normas creó fue quien más prosperó.

Imaginemos a 5 humanos comiendo con la mano de un bol de arroz, antes de la invención de las toallitas humedas o del papel higiénico. Uno de ellos alarga su mano para coger un puñado de arroz, los otros 4 comensales no pueden evitar pensar si esa mano que se introduce en el bol de arroz fué la misma con la que se limpió el culo cuando hace un rato se fue a cagar.
Para no andar así, con esas incertidumbres, decidieron crear una norma: “Limpiarse el culo con la izquierda y comer con la derecha” (los zurdos que se aguanten).
Y por si a alguno se le olvidaba, la dramatizaron y la hicieron religiosa: La mano derecha es pura y es de Diós mientras que la izquierda es impura y del diablo.
Los filósofos estaban protegidos porque sabian la verdad científica: si alguien contamina la comida con desechos orgánicos puede provocar enfermedades.
El pueblo menos preparado científicamente estaba también protegido por la norma de urbanidad o religiosa.

Algo similar son “los protocolos”. Ud. a su vecino de arriba le saluda todos los días, pero un noche de miércoles este monta una fiesta con música a tope. Ud. educadamente a la 4 de la mañana le pide por favor que baje la música para poder dormir, pero este pasa de hacerlo.
Al día siguiente cuando se encuentren en el ascensor Ud le mirará con odio y no le saludará.
Y no volvió a saludarle hasta que este se disculpó diciendo que había bebido mucho y que sentía las molestias causadas.

Si no hubiera el protocolo del saludo, Ud. al no disponer de opciones intermedias, le hubiera tenido que matar al encontrárselo al día siguiente en el ascensor. Y esta opción no tiene vuelta atrás.

Indudablemente habrá normas creadas para mantener castas , privilegios…, pero a estas, algunas sociedades en su empeño por progresar las contraponen otras: Declaración Universal de los Derechos Humano o cederle el asiento a una embarazada o a una anciana.

Eloy Garavís dijo...

Buen artículo y mejor reflexión. Me permito tomar prestado este texto para utilizarlo en mis clases de 2º de Bachillerato. ¿Me da usted su permiso?

odradek dijo...

Esta cuestión es como la de Humpty-Dumpty con las palabras en otro post de hace no mucho, es decir: el problema es quién (im)pone esas normas y formas de cortesía, por qué, para qué y desde dónde.

El por qué, espontáneo o meditado, suele ser arbitrario y sentimental, no así el para qué, que suele ser la voluntad y el prejuicio de cada uno.

En el post se mezclan razones éticas, estéticas y políticas así de arbitrariamente:

- La consideración por el otro en la convivencia, la mirada atenta a las necesidades de los demás son un argumento ético muy razonable.

- La cuestión de la cortesía es cívica y no política, aunque todos los ideólogos y filósofos pretendan desde su púlpito fundamantarlo así, como veremos más adelante.

- Pero las confianzas en los temas de conversación, el grado de contacto o el distanciamiento en el hablar, etc. pertenecen más a la sensibilidad estética. A los agustinos les molaba el distanciamiento y a los jesuitas el trato familiar aunque propugnaban básicamente la misma ética. Era una cuestión sentimental. El tuteo lo introdujeron los falangistas como signo de camaradería -al menos eso decía un libro que leí- pero luego lo recuperaron los marxistas setenteros como signo de fraternidad e igualdad. Ahora la publicidad como guiño de complicidad y simpatía comercialmente "democrática", es decir pandémica.
Distintos porqués (políticos) y paraqués (retóricos) para politizar un mismo gesto cívico.

Por eso la última parte del argumentario no creo que tenga nada de filosófica, porque no es un razonamiento sino una racionalización de sus propios gustos, Mr. Table, nada más que eso.

Esto enlaza con el prolijo comentario del ardiente oyente.
Los tabús, los tótems, las morales, las religiones, las ideologías y las normas de urbanidad son, como todo lo demás, productos históricos con fecha de caducidad y sujetos a cambio. Zeitgeist. Aunque se vendan como universales y ubicuas no es cierto, y desde el postestructuralismo lo sabemos mejor todavía.
El tabú del incesto y todos los tabús sexuales tienen un por qué hasta que dejan de tenerlo. En la edad media el adulterio entre la nobleza estaba aceptado porque el matrimonio era una institución eminentemente económica no ligada a la sexualidad ni el afecto, como nos muestran los poetas del amor cortés. Un par de siglos más tarde, entre esa misma clase, era justificación para el asesinato múltiple y legítimo.
Modernamente para muchos el sexo no es nada más que una actividad recreativa que si se practica con precauciones higiénicas no supone ningún riesgo para nadie: si no va a procrear ¿hay problema en que un sátiro cualquiera se folle al vecino (si gay) o a su prima o a los dos a la vez? Yo juraría que no. A mí no me gustan las orgías, los tríos, el dogging, los intercambios de pareja ni esas otras diversiones modernas, de hecho me dan algo de asco, pero es una cuestión estética y sentimental y no lógica o ética. No hay ninguna verdad universal milenariamente aprendida en mi preferencia por la monogamia heterosexual. Desde una mirada contemporánea, atea e ilusrada, entre libres e iguales el placer no es objeto de ética. Tampoco de política, como pretenden las estúpidas narcisistas del porno feminista y otras ramas de la pseudoizquierda burguesa rococó. Otra cosa es que yo trate de demostrar a los demás que mi opción es la única tolerable o al menos la mejor de todas, en nombre de mi religión, mi ideología o cualquier otro prurito. Así que usted no me parece más listo que Trueba. Sólo algo más fanático e iluminado, si acaso.

Así que estamos en el principio, el problema una vez más es quién decide qué gestos deben hacerse y qué significan. Y quién (im)pone las reglas, y por qué y para qué.

Enrique P. Mesa García dijo...

Respuestas:
1.- D. Eloy, por supuesto. Lo que yo quiero ser es rico y famoso (por ese orden)
2.- D. Oyente. Tal vez no me he explicado bien. Al hablar de protoclo no me refiero a las normas de cortesía, sino a la 3ª acepción que aparece en el diccionario. Y ahí sí hay una clara influencia de la élite y su aceptación. De todas formas, me queda una duda. Primero, no creo que ningún filósofo anterior a Pasteur supiera nada de contaminación por excrementos (sobre esto le recomiendo, aunque seguro la conoce, la historia de Semmelweis -creo que se esvcribe así-). Por otro lado, hay una duda: ¿seguro que lo hicieron por el bien del pueblo ignorante o para su dominio? ¿por qué no les educaron y crearon escuelas? Sospecho que la explicaciones de Marvin Harris no son del todo correctas.
3.- D. Odradek. Primero,¿qué es el zeitgeist y el postestructuralismo? Segundo, es usted el que confunde la educación con la moral. Me expolico, primero, es falsa su afirmación de que desde una mirada contemporánea, atea e ilusrada, entre libres e iguales el placer no es objeto de ética. Pues mire usted a Kant y sucesores, yo mismo, y verá que no. El placer se puede discutir moralmente, incluso el personal y solitario (y no piense mal). Segundo, cuando habla de esos actos sexuales como ejemplo, al descontextualizarlos los trampea: en realidad en ellos no late sino la presencia del otro como mercancía. Pero eso, ya es otra historia y es una historia ética que no tiene que ver con la buena educación.

odradek dijo...

Qué bien! Esta vez mis provocaciones han surtido efecto y me ha rebatido!

veamos:

- como usted sabe perfectamente qué son el zeitgeist y el postestructuralismo no se lo voy a explicar yo.

- no se confunda: yo no confundo la educación con la moral ni la moral con la ética, lo que sucede es que discrepo de su concepción.
Mi afirmación no es falsa: aclaro que se circunscribe al trato entre libres e iguales: establezco un contexto que desnuda al placer, en este caso sexual, de implicaciones éticas que sí se dan en relaciones como la pederastia, la prostitución, el matrimonio o la violación, por ejemplo.
Que después me dé por entrever ideológicamente una reificación o una mercantilización del otro (como suelen ver ustedes los marxistas) me sitúa en el papel del moralista totalitario - sacerdotal o filosófico- que pretende enseñar a los demás qué o cómo deben sentir (y, lo que es peor, desvelarles qué sienten aunque no se den cuenta, con lo que los condeno a esa culpable minoría de edad...) y administrar su placer en función de un razonamiento pretendidamente ético que sólo es proyección de mis prejuicios ideológicos, entendiendo aquí ideología como falsa conciencia, sea yo Kant o su porquero, tire de argumento de autoridad o me abstenga de citar a mis gurús. Obviamente, cuanto más totalitario, sistemático y absolutista sea el filósofo, más puede discutir el placer y cualquier otra cosa desde el punto de vista ético, pero yo cuestiono la validez filosófica de ese discurso.
Me di cuenta ensayando esa clase de sesudas interpretaciones entre gentes libertinas y hedonistas: ellos estaban en el libre uso del placer de sí del que hablaba Foucault.

- finalmente, es una falacia afirmar que esos actos sexuales los descontextualizo, al contrario, los contextualizo muy precisamente al circunscribirlos al trato entre libres e iguales, eso de que en ellos "no late sino la presencia del otro como mercancía" es su opinión, su doxa, su doctrina (en el mejor de los casos) o bien su ideología (una vez más entendida como falsa conciencia) que, con independencia de que no esté lejos de la mía, creo que tiene tanta validez filosófica como las arengas misóginas del Imán de Fuengirola.

Un Oyente de Federico dijo...

Ud se explica perfectamente y muy didacticamente. Le agradezco esta demostración de la educación a la que se refiere en su texto, pues lo que realmente tenía que haber puesto Ud. es: “2.- D. Oyente. No se ha enterado bien.”
En vez de el cortés: “2.- D. Oyente. Tal vez no me he explicado bien.”

Efectivamente, la norma tiene fecha de caducidad.
Desde que tenemos cosechadoras automáticas y lanzaderas de misiles, las relaciones homosexuales entre hombres dejó de ser un problema para el estado. Por tanto socialmente ya ha caducado la norma que castigaba la sodomía y deja de estar mal visto en la cultura occidental. Las blancas ya no necesitan peones.

En oriente se mantiene la norma y se radicaliza todavía más, —hasta en Gaza, desde diciembre de 2008, hay pena de muerte para los homosexuales—, pues todavía tiene vigencia las profecía de Boumedian “Un día millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria”. Las negras necesitan más peones para ganar la partida.

El placer nunca ha sido un problema, sólo la sexualidad como forma de reproducción y esta en su relación con la propiedad y la transmisión de patrimonio, generó la creación de normas.
Posiblemente la fidelidad en el matrimonio (monógamo o polígamo) no será un valor ético en sociedades comunales donde no existe la propiedad privada. ¿Quizá los inuits?
Me moriré tranquilo, porque tengo la certeza de que mis vinilos los heredará mi hija, sangre de mi sangre… creo.

Si hace más de 2000 años habían deducido el átomo, calculado el diámetro de la Tierra y la distancia a la Luna, posiblemente también sabían ya que de la mezcla de mierda con arroz no puede salir nada bueno. No se que opinará Ferran Adriá.

Lo lógico es pensar que las normas se crean para dominar, pero si así hubiera sido siempre no sería razonable estar donde estamos.

Y si, se hicieron escuelas. Ud. en una de ellas enseña a pensar (a ser libres).

P.D. Expliquen que es el “zeitgeist”. Sólo conozco, con ese nombre, ese documental esotérico subtitulado (dos partes) de la Iglesía de la Cienciología, que ruedan por internet, muy del estilo del Bruno Cardeñosa, anticristinos, culpando de todo a los judios y sin atreverse a mentar al islam.

odradek dijo...

Creía que era un término de uso culto más o menos común, pero lo explico: Zeitgeist es un término alemán compuesto por los sustantivos zeit = tiempo y geist = espíritu y que viene a significar "espíritu de la época". Lo leí montones de veces en los abstrusos ensayos y novelas intelectuales que acabaron de estropear lo poco de mi mente que la música y la poesía habían dejado de sano, dulce y útil.

Observo que un tipo de la wikipedia se ha moelstado en exponerlo muy detalladamente y en inglés:
http://en.wikipedia.org/wiki/Zeitgeist

Total, que con la charleta de ayer he estado releyendo fragmentos de "La Ética de la Autenticidad", del filósofo canadiense Charles Taylor, a la sazón uno de los pensadores anglosajones del presente más reputados en el debate en torno a la identidad contemporánea, sobre todo a partir de su magana obra "Las fuentes del yo". Si no lo ha leído -aunque supongo que sí-, échele un ojo, Mesa, que no sólo de Kant vive el hombre.

Saludos.