domingo, junio 22, 2008

ALGO DE DISCIPLINA

La principal condición de posibilidad de la enseñanza reglada -aquella que se da en escuelas, colegios e institutos- es la disciplina. O dicho de otro modo: el elemento fundamental para que la educación consiga su objetivo es la disciplina en el centro. Entendemos por esta la creación de un ambiente de convivencia y trabajo que tiene al profesor como figura de autoridad. Es decir, que la escuela, eso que pomposamente se llama comunidad educativa, no debe ser una realidad igualitaria donde todos manden lo mismo sino una realidad social con estatus diferentes y donde el poder fundamental recaiga en los profesionales, los profesores, con un doble objetivo: la formación cultural y la formación de la personalidad de los alumnos (y no pienso hacer la tontería de poner y las alumnas). Y esto se resume en una imagen: el profesor es el responsable de decir qué se hace y el alumno de obedecer.

Usted ya lo piensa: soy un malvado fascista. Pero antes de condenarme al infierno del no progresismo e incluso de volverme a hablar e inculparme en la guerra de Irak intente, si tiene tiempo, seguir leyendo.
Usted ya lo piensa: soy de los suyos. Pero antes de situarme en la gloria de las élites y los colegios privados y citarme la pérdida de valores mientras enarbola como recurso una religión de hace dos mil años o la segregación social intente, si tiene tiempo, seguir leyendo.

La escuela no es espacio democrático, sino un espacio para la construcción de ciudadanos para esa democracia. En un espacio democrático los sujetos que lo integran son iguales en derechos y deberes pues se hace abstracción de su papel social, de su función y de su pertenencia a un grupo u otro: son ciudadanos. Sin embargo, la escuela es un lugar en el cual los derechos y deberes están desigualmente repartidos de acuerdo a los elementos antes mencionados pues si no la propia escuela perdería su eficacia: el que sabe no puede ni debe repartir responsabilidad con el que no sabe para enseñarle. Así, el principio fundamental de la democracia, la igualdad, no es elemento de existencia en la escuela porque no puede serlo. Y no puede serlo no en beneficio de los profesores sino, precisamente, para beneficio de los alumnos y, especialmente, de aquellos que pertenecen a los sectores sociales más desfavorecidos. Efectivamente, la famosa motivación, para bien y para mal, no es un mero factor reducido al campo educativo sino al social. Los alumnos cuyos padres posean menos status social estarán, de principio y estadísticamente, menos propensos a mantenerse en los estudios que aquellos que proceden de ambientes sociales más altos. Por ello, cederles una presunta igualdad de la que no parten de facto, ni en relación al propio sistema educativo ni en relación a sus propios compañeros, es falaz: es la consagración, como así ha sido a través de la LOGSE, del fracaso educativo perpetuo pues en la igualdad ya dada tenderán a repetir su realidad social. Y en ese fracaso educativo perpetuo para ciertas clases sociales es causa esencial la ausencia de disciplina en los centros pues impide, precisamente, que esos alumnos encuentren un ambiente favorecedor para la obligación. Y obsérvese que hemos puesto obligación porque nadie estudia por placer, al menos en la adolescencia, pero sí es posible que alguien pueda empezar a estudiar obligado, ya sea por su propia expectativa social -para lo cual debe existir en su clase la idea de que estudiar es útil y eso es algo que no ocurre en los sectores sociales más bajos-, ya por el contexto educativo de la escuela –y para eso es necesario que haya disciplina-. Y con ello aprender.

Sin embargo, en un ambiente de indisciplina la escuela no genera esa necesidad pues el alumno que ya viene sin la motivación social externa tampoco la encuentra en la nueva realidad institucional a la que acude. Así, la escuela hace dejación de funciones y convierte su labor en una tarea exclusivamente familiar: los niños de familias con amplia expectativa social, especialmente clase media y alta, triunfarán y los niños de familia sin expectativa social en el estudio, clase baja, fracasarán. De esta forma, la falta de disciplina, es decir de un orden que señale lo correcto socialmente de lo incorrecto, perjudica fundamentalmente al alumno de los sectores sociales más bajos pues le hace mantenerse en su pobre visión de la realidad heredada en el estrecho marco familiar. Y esto se ve muy bien, para poner un ejemplo paradigmático, en los alumnos de origen gitano: mientras la derecha defiende su derecho a la ignorancia, al fin y al cabo, piensan, solo son unos gitanos de mierda, la autoproclamada izquierda defiende su derecho a ser diferentes es decir: a hacer aquello que nunca dejarían hacer a sus propios hijos. Y así se consigue algo importante: siguen perteneciendo a esa subcultura que sólo sirve para divertirnos en los tablaos y recoger la chatarra. ¡Olé! y ¡ozú! como formas de expresión cultural. O, primero gitanos y luego seres humanos.

La indisciplina así se convierte en un problema fundamental para las clases con menos expectativa social hacia el estudio, clase trabajadora, clase baja, sector rural y marginal, pues los otros se salvarán por el propio ambiente social que acabará o bien segregándolos a la privada o bien haciéndoles estudiar por el propio contexto social. Pero seríamos ingenuos si redujéramos el discurso a un problema exclusivamente de condiciones de clase. Es éste un elemento importante, sin duda, pero tampoco único. Pues otro factor muy importante es el de la propia realidad económica española. Efectivamente, es esta una economía basada en el factor construcción y el factor servicios donde la preparación académica de los trabajadores no es esencial. Por eso, la octava economía del mundo puede permitirse el lujo de un fracaso escolar del 30% sin problema pues esos fracasados no dejarán de ser productivos: encontraran, al menos antes de la crisis –obsérvese aquí el antipatriótico sustantivo- trabajo. Y por eso, uniendo esa realidad social de que afecta fundamental a unos sectores sociales sin poder representativo ni mediático y que el sistema productivo concreto español no se ve afectado por ella, la indisciplina no es asunto político importante pero sí la Educación para la ciudadanía.

Pero incluso todo esto no deja de ser coyuntural. Porque si se mira bien este fenómeno de la indisciplina no es exclusivo español sino que pertenece a todo el mundo desarrollado. La pregunta pues es por qué se permite esa indisciplina o no se hace nada efectivo para paliarla. Ya hemos señalado aquí dos elementos básicos en el panorama español: esa indisciplina sólo perjudica a ciertas clases sociales desfavorecidas, este elemento a su vez es es universal, que no encuentran la oportunidad de salir de su ambiente social; y, la segunda, es que siempre habrá necesidad de mano de obra no cualificada. Pero esto no cierra el problema. Y por eso hay que buscar la razón radical, en cuanto a que es su raíz, de la permisividad social ante la indisciplina.

El desarrollo del Capitalismo como sistema totalitario implica la creación de un modelo determinado de personalidad. Este modelo es el de la prolongación de aquello que podríamos denominar como espíritu adolescente: un individuo que lamenta el mundo pero que en el fondo quiere ser como él aunque en realidad ya lo sea. Así, el capitalismo desarrollado necesita la creación de un carácter determinado que es precisamente el que se da en ese adolescente que, como señalan papi y mami, no soporta la injusticia y es un rebelde. Pero en realidad lejos de eso, y precisamente esa es lo interesante, el resultado es el contrario: acabar siendo un caprichoso. Efectivamente, lo que logra generar el ambiente de indisciplina en las aulas es la interiorización en la conciencia de una fragmentación social, del sálvese el que pueda: por un lado, al ver como cada profesor debe defenderse individualmente ante el problema y, en esa frase repugnante del propio alumnado pero al tiempo tan clarificadora, hacerse respetar; por otro, en cuanto a que el alumno no realiza lazos de universalización de sus derechos, que estos sean para todos independientemente de que a él le resulten beneficiosos, sino que acaba concibiendo dichos derechos como tales solo en cuanto le beneficien individualmente. Y es ahí donde surge la nueva personalidad necesaria para el desarrollo del actual capitalismo: la presencia de un individuo permanentemente insatisfecho, esa es su raíz moderna, que sin embargo supera su insatisfacción no como sujeto -de forma universal en la construcción de un mundo justo como prometía la Ilustración- sino de manera individual buscando satisfacer su deseo. Y deseo es hoy consumo.

De esta forma la indisciplina en la escuela se presenta como factor fundamental de la socialización en el capitalismo desarrollado. Por un lado contribuye a la ideología, en cuanto a falsa conciencia, de hacer creer a la persona la realidad de su sagrada individualidad frente al entramado social que se le presenta como lo otro. Efectivamente, el alumno indisciplinado considera que sobre él no manda nadie, presunción que lleva a interiorizar y a convertir en ridículo lema frente a la realidad social en la cual es un mero factor en la reproducción del capitalismo. Así la ideología de la autenticidad de su yo surge con fuerza haciéndole creer en su realidad individual y en su vida interior frente a la sociedad de consumo. Por otro, toda la teoría de los derechos desaparece pues ceden su paso, como consecuencia de lo anterior, al capricho. La diferencia es clara: el derecho requiere una conciencia racional y social pues su universalización puede llevar al perjuicio personal e incluso a la infelicidad; el segundo, el capricho, sin embargo tiene un puro contenido individual al buscar siempre el beneficio propio. Por eso esa juventud tan combativa y que se cree que no soporta la injusticia es al tiempo nula en conflictividad social o la asocia al botellón, la diversión y la consigna como hacen los antifascistas tan fascistas -y aquí, se observará, sin cursiva-. En realidad, y como ejemplo diario, el alumno rebelde no es que no considere justo el castigo sino es que no quiere, como los niños malcriados, cumplirlo independientemente de su justicia.

Mientras escribo esto voy en el tren a mi trabajo. En la fila de enfrente unos jóvenes, ¿y jóvenas?, universitarios cuentan sus planes de verano entre los que, aclaran a gritos pues ya carecen a su vez de urbanidad, no está estudiar las materias suspendidas. Porque ellos tienen derecho a vacaciones, aclaran. Y es más, asevera el más lanzado ante la duda de aquel en el cual cabría aún la esperanza de una auténtica emancipación, ¿pues qué se han creído esos fascistas?

3 comentarios:

Un Oyente de Federico dijo...

Es tan obvio y tan de sentido común lo que Ud. explica que asusta.

Y asusta porque, teniendo tan claro y perfecto diagnostico profesional, son Uds. (supongo que su opinión es compartida por otros profesores) incapaces de imponerlo en la práctica en los colegios públicos. ¿Cual es el impedimento?

Cuando llevamos a nuestra hija al colegio concertado de de las Hermanas de la Caridad el la calle Mesón de Paredes de Madrid (pleno Lavapiés), íbamos buscando justamente lo que Ud. relata, ni más ni menos y lo obtuvimos.
Y no tuvimos, por muy fachas que seamos, ningún problema, ni mi hija tampoco, por ponerse el uniforme del colegio, como todos los demás niños y sentarse junto a gitanos evangélicos que son mayoría en la zona, senegales y marroquís musulmanes, chinos y algún filipino que eran los únicos católicos del colegio.
Alli no pasaba nada que las monjas no quisieran que pasara, ni drogas ni robos, ni peleas de bandas. Y no había nadie diferente, ni por colores ni por marcas. Si merecías un premio o un castigo te lo llevabas, ya fueras negro, amarillo o verde. Había disciplina y esfuerzo.

Mi hija nunca creyó en Dios, pero adora a ”sus monjitas”, como hubiera adorado a cualquier maestro, de pública o concertada, que hubiera conseguido hacerla mejor, como lo hicieron ellas.

Anónimo dijo...

Como tenía un ratito, he leído su post un par de veces, que comienza muy bien pero se tuerce en cuanto aparece la conspiración capitalista que fabrica tontos al por mayor.

Lo de la indisciplina y sus consecuencias tiene que ver con una política educativa laxa, que busca el voto fácil de las familias e individuos que confunden el esfuerzo y la disciplina con un internado franquista.

No olvide que lo primero que hizo el ZP cuando ganó fue derogar la Ley educativa del PP.

Pero lo de la conspiración capitalista, hombre no, que hay muchos paises, como los orientales, donde la indisciplina es mucho menor. Incluso en los anglosajones.

Aunque en esto de la indisciplina sería injusto olvidar la cuestión hormonal que, por si lo desconoce, hace que un individuo de 15 años tenga el cuerpo de un adulto, pero el cerebro de un niño. En el National Geographic Channel emitieron unos documentales muy buenos sobre este tema.

Anónimo dijo...

Buenas Enrique buen post, llevaba mucho tiempo sin meterme. Saludos solo te escribo para que veas que me acuerdo de ti que eres un profesor "COJONUDO".