martes, abril 04, 2006

DE ESTATUAS Y RECUERDOS

Por lo visto, Rosa Regàs, nombrada a dedo por el gobierno para el cargo de director de la Biblioteca Nacional y premio Planeta -lo cual demuestra ya un currículo impresionante en aras de la emancipación- ha decidido retirar la estatua de D. Marcelino Menéndez Pelayo del vestíbulo de la Biblioteca Nacional. No sabemos el motivo de esta decisión, imaginamos que alguien que se presenta al Planeta siendo ya escritora publicada debe tener una causa emancipatoria para ello, pero la cosa sorprende. Y sorprende porque la cultura española, en concreto la cultura española de investigación científica sobre las humanidades, no sobra en nombres propios. Y si hay un nombre que brilla con fuerza ese es Menéndez Pelayo. Y es nombre propio independientemente de sus ideas políticas o sociales. Y esto no es tolerancia, ñoña, sino justicia.

Rosa Regàs, nombrada a dedo por el gobierno y habiendo ganado un premio Planeta, no se sabe si también a dedo, no creo que pase a la historia, aunque quizá lo haga a dedo. D. Marcelino Menéndez Pelayo, con su monumental obra, ya está en ella.

Y todo esto lo pienso mientras me acuerdo que volviendo de mi trabajo me encuentro a diario una estatua dedicada a Dolores Ibarruri, La Pasionaria, quien calló con Stalin, y mis alumnos van a un sitio que el ayuntamiento ha denominado Che Guevara (juro que es cierto). Y ambos sin condena de retirada sino orgullosamente expuestos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nunca he leído nada de lo que haya podido escribir doña Rosa Regás, pero hace ya algún tiempo la oí varias veces en una tertulia radiofónica del principal y más “serio” grupo de “comunicación” del mundo hispano (...ontológica cadena), lugar público que solía compartir con, entre otros, doña Gemma Nierga y don Boris Izaguirre (para que nos hagamos ya una idea). Pues bien, aun a riesgo de pecar de injusto, debo decir que me pareció una persona de mal humor (aunque esto es lo de menos) y, sobre todo, de un bagaje cultural apenas un poquito por encima de la media del país, que ya es decir, y, aún más grave, de un conocimiento del castellano tan deplorable como pueda serlo el de un periodista corriente (para que sigamos afinando la idea), todo lo cual eran méritos suficientes para que le dieran toda aquella cancha y, desde luego, para recibir el Premio Planeta y hasta para ser novelista. Cuando, hace ya casi dos años, me enteré de que había sido nombrada nada menos que directora de la Biblioteca Nacional, si no me dio un patatús fue porque tenía otros problemas que, por más personales, preferí vergonzosamente considerar más importantes. Ahora nos informa usted de esa decisión (que no sé si es definitiva, o uno de tantos “globos sonda”) y nos devuelve a la memoria en manos de quién se halla una institución que casi cualquier extranjero medianamente instruído consideraría que es, o que debería ser, sencillamente una de las más importantes del mundo. En tiempos no tan lejanos, en aquellas poco menos que “barriadas del extrarradio”, cuando –por razones políticas y de falta de motivación en otros quizá mejor preparados– un obrero se veía de la noche a la mañana nombrado concejal de cultura, o algo parecido, éste procuraba con toda humildad informarse, o asesorarse, como él habría dicho, a la hora de decidir la “programación cultural”, por ejemplo, del Exmo. Ayto. de San Fernando de Henares. Sin sarcasmo alguno, yo creo que la actual directora de la Biblioteca Nacional no sabe quién fue Menéndez y Pelayo. (Me pregunto cuántas personas lo saben en España; peor aún, cuántas sabrían distinguir de manera argumentada entre “méritos científicos” y “méritos políticos”). No quiero seguir lamentándome porque ya empiezo a parecerme a ustedes, viciosos de la indignación. Gracias por la información, a pesar del verdadero disgusto que me da.