miércoles, noviembre 16, 2005

"TRECE ENTRE MIL": LA MORAL IMPRESCINDIBLE


El cine español casi nunca se ha caracterizado, salvo excepciones y de ahí ese casi, por defender a las víctimas del terrorismo. Ni tan siquiera por -siendo un tema argumental, sólo veámoslo así, fríamente, de extraordinaria potencialidad narrativa- tratar el tema de aquellos que defendiendo la libertad viven amenazados y amedrentados en el País Vasco. O ya se han ido.

El cine español, sin embargo, políticamente, en la algarada, es muy activo. Sus creadores más famosos, en otras palabras: los mandarines de la industria cinematográfica española, tienen altos compromisos. No dudaron en demostrarlo en aquella entre patética y ridícula gala de los Goya en las que -a salvo y no como esos concejales del País Vasco de PP y PSOE, aunque ningún otro partido- decidieron, repetitiva, machaconamente, demostrar su “no a la guerra”. Igualmente, la cultura cinematográfica española, se lee: industria del cine español, corrió a hacer aquello de Hay motivo. Pero aquí, en el País Vasco, tal vez pensando que son gente vulgar la que muere, parecía no haberlo.

Y así, cada año, todos los años, un año detrás de otro, el cine español calló, y calla, cómplice con la persecución cuando ya sólo hay víctimas y verdugos, en el festival de Cine de San Sebastián. Porque ahí, y justo ahí, no es bueno mezclar cine y política. Se debe leer: negocio y moral.

Por eso extraña que se estrene, años haciéndola, la película trece entre mil. Y, seamos sinceros, no se trata de una obra maestra. Pero tiene la dignidad de esas obras hechas por la verdad y desde la libertad.

Porque frente a aquel otro documental que tanto apoyó la prensa progresista, para leer: un sector de la competencia dentro de la industria cultural, y que se llamaba La pelota vasca, trece entre mil, sin nacionalidad, sin pueblo, solo un número que marca el dolor, pertenece al campo de la verdad. Así, donde en aquella otra cinta el campo y el mundo agrícola, la autenticidad heideggeriana, era el entorno de los individuos, que se convertían así en “pueblo vasco-vasco” perdiendo su identidad personal, aquí, en trece entre mil, la entrevista es en el barrio y en el comedor, sentados en el sillón. Y donde alguien fue asesinado por ETA, y acallada su muerte por los cómplices, nos muestra la película que hay hoy contenedores de basura, mientras que en el ayuntamiento han hecho homenajes a los asesinos etarras; o, nos sigue mostrando en otra escena, hay una señora mayor, madre ya sin hija, que mira sin sentido, sin saber qué decir y entre paños de ganchillos pasados de moda seguramente el año en que aquella fue asesinada, a una cámara. En esos salones perdidos, aburridos, horteras incluso, uno solo es uno. Nada más y nada menos que uno. No vasco-vasco, ni tan siquiera, olvidados sus derechos, ciudadano. Solo, verdaderamente, uno. Y por eso su muerte lo es todo.
Ir a ver trece entre mil es un ejercicio moral. Pagar una entrada por ver trece entre mil es decir, y hay que decirlo siempre, que no olvidamos a las víctimas. Y con ello que no olvidamos a sus verdugos. Ni a sus cómplices.

Porque no es solo una cuestión de olvido, sino algo más: una cuestión moral. O, y diciéndolo con otras palabras, política.

2 comentarios:

Imperialista dijo...

Lleva usted mucha razón. Pero a estas alturas creo que casi nadie verá el documental. Todavía no lo he visto pero iré a verlo. Igual que ví La Pelota Vasca. Y la pregunta sería la siguiente; ¿volvería a hacer Julio Medem la misma porquería de haber visto esas imágenes del niño Fabio Moreno soplando las velas de su segundo cumpleaños? Fabio no existe ya más que en la memoria. Murió por algo a lo que a Medem no le importa justificar.

Enrique P. Mesa García dijo...

Yo también creo que casi nadie lo verá. Y en lo de Medem estoy de acuerdo porque lo de su película era indignante.